martes, 23 de mayo de 2017



 Hay un librito que se titula LA FELICIDAD DE LAS COSAS PEQUEÑAS, escrito por el periodista Antonio SanJose, que me ha gustado. Quería compartir uno de los capítulos porque me siento identificada con el.

Se titula EL LIBRO QUE NOS ESPERA

La verdad es que no terminamos de encontrar el momento para dejar las actividades que nos secuestran y encontrarnos con él. Lo empezamos por casualidad, quizá alguien nos dijo algo o leímos una información en el periódico.
Desde que iniciamos su lectura estamos deseando que llegue ese momento, posiblemente nocturno, en el que volveremos a sumergirnos en una lectura que nos atrae con el poder que solo las buenas historias poseen. Nos gusta la trama argumental y disfrutamos enormemente con la calidad de su escritura. Paladeamos cada palabra, cada párrafo, con la admiración de quien es plenamente consciente de tocar la belleza con los ojos para terminar contagiando al resto de los sentidos. Un libro bien escrito se revela como una sinfonía: armónica y llena de fuerza. Un regalo cotidiano que gozamos en soledad y se convierte en compañía por merito del autor.

Nos gusta detenernos en lo que la lectura nos produce: una satisfacción que alcanza su plenitud cuando el titulo elegido nos aporta mucho mas de lo que pudiéramos haber imaginado. Seguramente ocurre con todas las obras especiales, aquellas en las que entramos de una manera y salimos de otra, porque en un buen libro, después de haber transitado por sus paginas, sentimos que somos mejores personas.
Cuando llega el momento de disfrutar con la historia que dejamos pendiente unas horas antes, abrimos una ventana personal a mundos distintos que nos disponemos a vivir con la intensidad de los principiantes absolutos. El tiempo parece no discurrir entre sus lineas y la vida alcanza una atmósfera amable y cálida que nos envuelve para protegernos de la mediocridad y la grisura.



Avanzamos con el libro con la pasión reservada a las grandes ocasiones. No hay seguramente, otra alternativa mejor ni nada que en ese momento nos arraiga mas. Somos felices viviendo otras vidas, adentrándonos en historias que sentimos como propias y descubriendo territorios que convertimos en cotidianos a través del poder mágico


de la imaginación. Incluso cuando algo en el día se tuerce y un revés inesperado se instala en nosotros, sabemos que contamos con un refugio seguro que no va a fallarnos: el del libro que nos espera, solo a nosotros para conjurar el conjunto de sinsabores cotidianos. Por eso leemos despacio, alejados de alguna prisa y con un punto de miedo al comprobar que las paginas que nos quedan por leer van menguando. En un intento de prolongar el estado de gracia que nos ofrece ese libro que espera cada día nuestra visita, procuramos demorarnos mas aun en la lectura sabiendo que al final nos producirá un punto de desolación inevitable.

No hay dos libros iguales, como también ocurre con los cuadros o las composiciones musicales. Incluso con las personas.

Agradecemos a la infancia el gusto por la lectura e intentamos que nuestros hijos se acerquen a una realidad que amamos y de la que tanto hemos aprendido. Pero cada uno sigue un camino propio, imposible de modificar solo con recomendaciones.



Leer es un vicio al que nos enganchamos en su día y que nos ha reportado cientos de horas de satisfacción y deleite. Quien no comparte el gusto por los libros no va a entender que, con uno de ellos al lado, nunca nos encontraremos solos. Su presencia nos redime de largas esperas y nos distrae en momentos en que necesitamos una evasión casi terapéutica.

Abrir un libro es adentrarse en un paraje mágico del que no queremos salir cuando, con un ansia casi infantil, nos  sentimos transformados en alguien distinto: un héroe, un aventurero o una persona de vida intensa, que, casi en estado febril, no ansia nada mas que seguir existiendo así fabricados, con letras y palabras. Si es posible, querríamos perdernos largamente entre sus paginas para no ser encontrados jamas por las desazones inevitables de la realidad mas cercana.